La Vida de Los Maestros
por Baird T. Spalding
(Texto para debatir)
(Texto para debatir)
Capítulo I. Pág. 137-139
La mañana del primero de
enero nos encontró levantados muy temprano, plenamente despejados. Cada uno de
nosotros tenía la sensación de que un futuro acontecimiento nos haría
considerar nuestras experiencias pasadas como simples mojones en el camino.
Mientras nos reuníamos alrededor de la mesa del desayuno, vimos llegar al amigo
que habíamos conocido en la terraza de la casa de Emilio, en el pequeño pueblo
donde habíamos parado cuando nos dirigíamos hacia aquí. Se trataba de aquel
hombre que había interpretado mi sueño. Después del intercambio de saludos,
dijo: «Habéis estado con nosotros más de un año. Como os quedaréis aquí hasta
el mes de abril o mayo, he venido a invitaros a ir al templo de la gran cruz en
'T, tallado, como habéis observado, en la pared rocosa que hay justo a la
salida del pueblo». Observamos que las estancias de ese templo habían sido
excavadas en la propia roca, que formaba una pared vertical de más de
doscientos metros de altura. Las cavidades eran lo bastante profundas como para
dejar un buen muro en el costado de la pared exterior.
Por todos lados se sentía la necesidad de ventanas para la luz o la
ventilación. Se habían hecho aberturas en ese muro, que daba al sol del
mediodía. Las ventanas medían alrededor de un metro cuadrado y cada estancia
tenía dos, salvo la primera, que se encontraba en el nivel inferior. Aquella
estancia no tenía más que una salida que comunicaba con una gran grieta,
formada por la erosión, en la muralla rocosa al este del templo. Se podía
entrar en el cuarto inferior solamente por el túnel cavado en plena roca y a
través de la grieta. La ventana de este cuarto no fue hecha hasta más tarde. Al
principio, la entrada del túnel estaba escondida por una gran piedra que
formaba parte de un pliegue de la pared. Esta piedra estaba situada sobre un
reborde y había sido colocada de tal manera que se podía dejar caer para
bloquear la entrada desde el interior. La piedra cerraba la entrada y, cuando
estaba en su lugar, no se podía mover desde el exterior. Era imposible acceder
a ese reborde más que por una escalera de una veintena de metros. Las aberturas
que hacían de ventanas estaban provistas de grandes piedras planas insertadas
en las ranuras, de modo que podían ser deslizadas para bloquear las ventanas.
De esa forma, ninguna abertura resultaba visible para un observador que mirase
desde el pueblo. Nos informaron que se había recurrido a ese modo de
construcción para proteger el templo contra las bandas de merodeadores que
infestaban la comarca más al norte. Estas bandas bajaban algunas veces hasta el
pueblo, que ya había sido saqueado varias veces sin que sus habitantes
sufrieran daño alguno, ya que se refugiaban en el templo.
Nuestros amigos no habían edificado el templo. Lo habían adquirido a sus
habitantes para conservar allí numerosos archivos a los que daban un gran
valor. Desde esta adquisición, las incursiones de los bandidos habían cesado,
los habitantes del pueblo no habían vuelto a ser molestados y todo el mundo
vivía en paz. Se decía que algunos de esos archivos databan de la llegada a la
tierra de los hombres civilizados que provenían directamente de la Tierra
Materna. Se trataba de los naacales o Hermanos Santos, aparecidos en Birmania y
que enseñaron a los Nagas, lo cual parece probar que los ancestros de estas
gentes eran los autores de la Sourya Siddhanta y de los Vedas primitivos. La
Sourya Siddhanta es la obra conocida más antigua de astronomía. Según los
archivos que mencionamos, la obra se remonta a treinta y cinco mil años atrás.
Los Vedas primitivos datarían de cuarenta y cinco mil años. No se nos dijo que
los documentos fueran todos originales, ya que muchos habían sido copiados de
las mismas fuentes que los archivos babilónicos y traídos aquí con vistas a su
preservación. Los documentos primitivos eran los originales de los tiempos de
Osiris y la Atlántida.
Las habitaciones del templo
estaban dispuestas una sobre la otra: siete plantas que se comunicaban por
medio de escaleras talladas en plena roca. El acceso a los escalones se
encontraba en un rincón de cada habitación. Cada escalera subía, en una
pendiente de cuarenta y cinco grados, hasta un rellano donde se abría la planta
siguiente. Entre el techo de una estancia y el suelo de la otra, la piedra
tenía alrededor de dos metros y medio de espesor. El techo de la habitación
superior, en el séptimo piso, se encontraba a unos cuatro metros por debajo de
un largo saliente del precipicio que, a su vez, estaba a una treintena de
metros de la cima. Una escalera partía de esta habitación y comunicaba con la
estancia central: un conjunto de cinco habitaciones excavadas en la pared del
saliente. Había dos a la derecha y dos a la izquierda de la habitación central,
de manera que el plano de la construcción tenía la forma de una inmensa T. Los
cuartos superiores estaban excavados de tal modo que el saliente hacía la
función de balcón. La roca era de granito suave de grano grueso. El trabajo,
evidentemente, había sido hecho a mano, con herramientas rudimentarias, y llevó
numerosos años terminarlo. Ninguna pieza de madera había sido empleada en la
construcción.
Capítulo II pág. 149-151
“Habíamos llegado al pie de
la escalera. La subimos y entramos en el túnel con los dos hombres que nos
acompañaban. El túnel había sido excavado en la roca y pensamos que estaría
oscuro, pero se hallaba lo suficientemente iluminado como para permitirnos ver
de lejos; además, la luz parecía rodearnos de un modo que no proyectaba ninguna
sombra. Habíamos notado ese mismo fenómeno durante el día anterior, pero
ninguno había comentado nada al respecto. Mas tarde, resolvieron nuestras dudas
cuando nos explicaron que la luz estaba alrededor de nosotros, tal y como la
habíamos percibido. Cuando no había nadie en el túnel, éste permanecía oscuro.
Lo atravesamos y subimos las escaleras hasta llegar a la tercera habitación,
que era un poco más grande que las dos de las plantas inferiores. Había un gran
número de tablillas, una al lado de otra, a lo largo de las paredes.
Descubrimos que otra gran habitación había sido excavada detrás de ésa y
supimos, más adelante, que estaba igualmente llena de esas tablillas de un
marrón rojizo oscuro y cuidadosamente barnizadas. Algunas tenían un tamaño de
cuarenta por sesenta centímetros, su espesor era de cinco centímetros y su peso
de cinco a seis kilogramos. Otras eran mucho más grandes. Estábamos muy
intrigados por saber cómo habrían sido transportadas a través de las montañas.
Se nos respondió que esas tablillas no habían sido llevadas a través de las
montañas, sino que las habían traído del país del Gobi en la época en que esa
comarca era una tierra fértil y bien poblada, antes de que las montañas se
hubiesen elevado. Mucho tiempo después del surgimiento de las montañas, fueron
guardadas en ese lugar para preservarlas de cualquier peligro.
Antes del nacimiento de las montañas, parece que un inmenso maremoto había
inundado una gran zona del país y asolado o destruido a la mayor parte de la
población. Los supervivientes quedaron aislados del mundo y privados de los
medios necesarios para su supervivencia. Ellos fueron los ancestros de las
bandas errantes de bandidos que, todavía hoy; infestan la planicie del Gobi. El gran Imperio Uigour se extendía entonces en la región del Himalaya y en
el desierto del Gobi. Había grandes ciudades y una civilización muy avanzada. Después
de la destrucción de las ciudades a causa de la gran inundación, las ruinas
quedaron cubiertas por las arenas movedizas del desierto. Tomamos nota de todos
estos detalles que nos iban traduciendo de las tablillas. Más tarde,
descubrimos dónde estaban ubicadas tres de esas ciudades. Algún día, cuando las
excavaciones se completen, la autenticidad de esos archivos será verificada.
Ellos afirman que el origen de esta civilización se remonta a muchos centenares
de miles de años. Pero, como no es nuestra intención escribir sobre
arqueología, damos por terminada esta digresión”
Interpretación de las tablillas pág 158-159
“Nuestra anfitriona se volvió hacia la tablilla y prosiguió: «En estas
tablillas se halla registrado que Dios fue llamado Principio Director -Cabeza,
Mente-, y que se simbolizó mediante un carácter parecido a vuestra letra M, que
se llamaba M-u. Traducido a vuestro lenguaje, eso sería DIRECTOR o CONSTRUCTOR.
»Este Principio Director estaba por encima de todo y lo controlaba todo. El
primer Ser que creó fue llamado la expresión del Principio Director, y fue
creado con la forma del Principio, pues el Principio carecía de otra forma que
la Suya para expresarse.
Este Ser creado por el Principio Director era la expresión externa del
propio Principio. Fue creado a imagen de éste, pues el Principio Director
carecía de otra forma o muestra. El Principio Director otorgó a Su creación
todos Sus atributos y esta creación tuvo acceso a todo lo que tenía el
Principio. Se le dio poder sobre toda forma externa. Tenía la forma de Su
Creador, los atributos de Su Creador y el poder de expresarlos de la manera
perfecta en que se expresa el Creador, siempre y cuando la creación
permaneciese en armonía con el Principio. No se desarrolló ninguno de los atributos
del ser creado, pero el Creador, que tenía en mente el ideal o plan perfecto
que debía expresar Su creación, situó a ésta en un entorno ideal o perfecto
donde existían todas las condiciones para llevar a cabo su desarrollo perfecto.
Una vez logradas dichas condiciones, se situó a ese Ser entre ellas; se le
llamó Señor Dios, y al lugar en que se Le colocó; se le denominó M-u o M, que
más tarde se conocería como la cuna o madre. Quisiera que os dieseis cuenta de
que para explicar todo esto utilizo palabras de vuestro lenguaje para que
podáis comprenderlo”.
Capítulo IX pág. 197-199
“A partir de ese momento, nos aplicamos con diligencia al estudio del
alfabeto bajo la dirección de Chander Sen. Los días pasaban con una rapidez
vertiginosa. A finales del mes de abril, cuando la fecha de nuestra partida
hacia el desierto del Gobi se acercaba, la mayor parte de los archivos estaban
todavía sin traducir. Nos consolábamos con la idea de que podríamos regresar
para acabar el trabajo. Nuestros amigos habían traducido para nosotros una gran
parte de los documentos, pero habían insistido en que estudiáramos los
caracteres de las escrituras para poder traducirlas nosotros mismos.
Anteriormente, en el mes de septiembre, nos habíamos reunido con el grupo que
nos acompañaría en el desierto del Gobi hasta las tres antiguas ciudades en
ruinas, cuya ubicación se ofrecía en algunos de estos códices. Aunque entonces
no los habíamos visto, nos habían hablado de su existencia. Los que habíamos
conocido no eran más que copias, que habían despertado nuestra curiosidad, de
las crónicas que teníamos ahora ante nosotros. Ambos documentos remontan la
existencia de esas ciudades en más de doscientos mil años. Se señala que sus
habitantes disfrutaban de un elevado grado de civilización, pues conocían las
artes y los oficios, y trabajaban los metales; el oro era un metal tan común
que lo utilizaban para hacer vasijas y herrar los caballos.
También se señala que esa gente gozaba de un buen grado de dominio de todas
las fuerzas naturales, así como de sus propios poderes otorgados por Dios. De
hecho, las leyendas -si es que son tales- que hacen referencia a este asunto se
parecen bastante a las de la mitología griega. Si los mapas son correctos, este
vasto imperio abarcaba la mayor parte de Asia y Europa, alcanzando el mar
Mediterráneo, hasta lo que hoy se conoce como Francia, y su punto más alto
estaba tan sólo a doscientos metros por encima del nivel del mar. Se indica que
se trataba de una gran llanura, muy productiva y muy poblada, una colonia de la
Patria. No hay duda de que encontrar algún resto de dichas ciudades sería un
importante hallazgo histórico, ya que la descripción que los códices ofrecen de
este país eclipsa a la del antiguo Egipto en cuanto a pompa y esplendor durante
las dinastías de sus siete reyes. Se dice que antes del reinado de esos reyes,
había sido incluso más próspero. El pueblo se gobernaba a sí mismo; no había
guerras, vasallos ni esclavos. Llamaron a su soberano «Principio Director», y
amaron y obedecieron a ese Principio Director. Las crónicas aseveran que el
primer rey de la primera dinastía usurpó el gobierno al Principio Director y se
autoproclamó soberano.
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