miércoles, 6 de septiembre de 2006

La Vida de Los Maestros (extractos)

La Vida de Los Maestros

por Baird T. Spalding
(Texto para debatir)


Capítulo I. Pág. 137-139

La mañana del primero de enero nos encontró levantados muy temprano, plenamente despejados. Cada uno de nosotros tenía la sensación de que un futuro acontecimiento nos haría considerar nuestras experiencias pasadas como simples mojones en el camino. Mientras nos reuníamos alrededor de la mesa del desayuno, vimos llegar al amigo que habíamos conocido en la terraza de la casa de Emilio, en el pequeño pueblo donde habíamos parado cuando nos dirigíamos hacia aquí. Se trataba de aquel hombre que había interpretado mi sueño. Después del intercambio de saludos, dijo: «Habéis estado con nosotros más de un año. Como os quedaréis aquí hasta el mes de abril o mayo, he venido a invitaros a ir al templo de la gran cruz en 'T, tallado, como habéis observado, en la pared rocosa que hay justo a la salida del pueblo». Observamos que las estancias de ese templo habían sido excavadas en la propia roca, que formaba una pared vertical de más de doscientos metros de altura. Las cavidades eran lo bastante profundas como para dejar un buen muro en el costado de la pared exterior.

Por todos lados se sentía la necesidad de ventanas para la luz o la ventilación. Se habían hecho aberturas en ese muro, que daba al sol del mediodía. Las ventanas medían alrededor de un metro cuadrado y cada estancia tenía dos, salvo la primera, que se encontraba en el nivel inferior. Aquella estancia no tenía más que una salida que comunicaba con una gran grieta, formada por la erosión, en la muralla rocosa al este del templo. Se podía entrar en el cuarto inferior solamente por el túnel cavado en plena roca y a través de la grieta. La ventana de este cuarto no fue hecha hasta más tarde. Al principio, la entrada del túnel estaba escondida por una gran piedra que formaba parte de un pliegue de la pared. Esta piedra estaba situada sobre un reborde y había sido colocada de tal manera que se podía dejar caer para bloquear la entrada desde el interior. La piedra cerraba la entrada y, cuando estaba en su lugar, no se podía mover desde el exterior. Era imposible acceder a ese reborde más que por una escalera de una veintena de metros. Las aberturas que hacían de ventanas estaban provistas de grandes piedras planas insertadas en las ranuras, de modo que podían ser deslizadas para bloquear las ventanas. De esa forma, ninguna abertura resultaba visible para un observador que mirase desde el pueblo. Nos informaron que se había recurrido a ese modo de construcción para proteger el templo contra las bandas de merodeadores que infestaban la comarca más al norte. Estas bandas bajaban algunas veces hasta el pueblo, que ya había sido saqueado varias veces sin que sus habitantes sufrieran daño alguno, ya que se refugiaban en el templo.

Nuestros amigos no habían edificado el templo. Lo habían adquirido a sus habitantes para conservar allí numerosos archivos a los que daban un gran valor. Desde esta adquisición, las incursiones de los bandidos habían cesado, los habitantes del pueblo no habían vuelto a ser molestados y todo el mundo vivía en paz. Se decía que algunos de esos archivos databan de la llegada a la tierra de los hombres civilizados que provenían directamente de la Tierra Materna. Se trataba de los naacales o Hermanos Santos, aparecidos en Birmania y que enseñaron a los Nagas, lo cual parece probar que los ancestros de estas gentes eran los autores de la Sourya Siddhanta y de los Vedas primitivos. La Sourya Siddhanta es la obra conocida más antigua de astronomía. Según los archivos que mencionamos, la obra se remonta a treinta y cinco mil años atrás. Los Vedas primitivos datarían de cuarenta y cinco mil años. No se nos dijo que los documentos fueran todos originales, ya que muchos habían sido copiados de las mismas fuentes que los archivos babilónicos y traídos aquí con vistas a su preservación. Los documentos primitivos eran los originales de los tiempos de Osiris y la Atlántida.

Las habitaciones del templo estaban dispuestas una sobre la otra: siete plantas que se comunicaban por medio de escaleras talladas en plena roca. El acceso a los escalones se encontraba en un rincón de cada habitación. Cada escalera subía, en una pendiente de cuarenta y cinco grados, hasta un rellano donde se abría la planta siguiente. Entre el techo de una estancia y el suelo de la otra, la piedra tenía alrededor de dos metros y medio de espesor. El techo de la habitación superior, en el séptimo piso, se encontraba a unos cuatro metros por debajo de un largo saliente del precipicio que, a su vez, estaba a una treintena de metros de la cima. Una escalera partía de esta habitación y comunicaba con la estancia central: un conjunto de cinco habitaciones excavadas en la pared del saliente. Había dos a la derecha y dos a la izquierda de la habitación central, de manera que el plano de la construcción tenía la forma de una inmensa T. Los cuartos superiores estaban excavados de tal modo que el saliente hacía la función de balcón. La roca era de granito suave de grano grueso. El trabajo, evidentemente, había sido hecho a mano, con herramientas rudimentarias, y llevó numerosos años terminarlo. Ninguna pieza de madera había sido empleada en la construcción.

Capítulo II pág. 149-151

“Habíamos llegado al pie de la escalera. La subimos y entramos en el túnel con los dos hombres que nos acompañaban. El túnel había sido excavado en la roca y pensamos que estaría oscuro, pero se hallaba lo suficientemente iluminado como para permitirnos ver de lejos; además, la luz parecía rodearnos de un modo que no proyectaba ninguna sombra. Habíamos notado ese mismo fenómeno durante el día anterior, pero ninguno había comentado nada al respecto. Mas tarde, resolvieron nuestras dudas cuando nos explicaron que la luz estaba alrededor de nosotros, tal y como la habíamos percibido. Cuando no había nadie en el túnel, éste permanecía oscuro. Lo atravesamos y subimos las escaleras hasta llegar a la tercera habitación, que era un poco más grande que las dos de las plantas inferiores. Había un gran número de tablillas, una al lado de otra, a lo largo de las paredes. Descubrimos que otra gran habitación había sido excavada detrás de ésa y supimos, más adelante, que estaba igualmente llena de esas tablillas de un marrón rojizo oscuro y cuidadosamente barnizadas. Algunas tenían un tamaño de cuarenta por sesenta centímetros, su espesor era de cinco centímetros y su peso de cinco a seis kilogramos. Otras eran mucho más grandes. Estábamos muy intrigados por saber cómo habrían sido transportadas a través de las montañas. Se nos respondió que esas tablillas no habían sido llevadas a través de las montañas, sino que las habían traído del país del Gobi en la época en que esa comarca era una tierra fértil y bien poblada, antes de que las montañas se hubiesen elevado. Mucho tiempo después del surgimiento de las montañas, fueron guardadas en ese lugar para preservarlas de cualquier peligro.

Antes del nacimiento de las montañas, parece que un inmenso maremoto había inundado una gran zona del país y asolado o destruido a la mayor parte de la población. Los supervivientes quedaron aislados del mundo y privados de los medios necesarios para su supervivencia. Ellos fueron los ancestros de las bandas errantes de bandidos que, todavía hoy; infestan la planicie del Gobi.  El gran Imperio Uigour se extendía entonces en la región del Himalaya y en el desierto del Gobi. Había grandes ciudades y una civilización muy avanzada. Después de la destrucción de las ciudades a causa de la gran inundación, las ruinas quedaron cubiertas por las arenas movedizas del desierto. Tomamos nota de todos estos detalles que nos iban traduciendo de las tablillas. Más tarde, descubrimos dónde estaban ubicadas tres de esas ciudades. Algún día, cuando las excavaciones se completen, la autenticidad de esos archivos será verificada. Ellos afirman que el origen de esta civilización se remonta a muchos centenares de miles de años. Pero, como no es nuestra intención escribir sobre arqueología, damos por terminada esta digresión”



Interpretación de las tablillas pág 158-159



“Nuestra anfitriona se volvió hacia la tablilla y prosiguió: «En estas tablillas se halla registrado que Dios fue llamado Principio Director -Cabeza, Mente-, y que se simbolizó mediante un carácter parecido a vuestra letra M, que se llamaba M-u. Traducido a vuestro lenguaje, eso sería DIRECTOR o CONSTRUCTOR. »Este Principio Director estaba por encima de todo y lo controlaba todo. El primer Ser que creó fue llamado la expresión del Principio Director, y fue creado con la forma del Principio, pues el Principio carecía de otra forma que la Suya para expresarse.


Este Ser creado por el Principio Director era la expresión externa del propio Principio. Fue creado a imagen de éste, pues el Principio Director carecía de otra forma o muestra. El Principio Director otorgó a Su creación todos Sus atributos y esta creación tuvo acceso a todo lo que tenía el Principio. Se le dio poder sobre toda forma externa. Tenía la forma de Su Creador, los atributos de Su Creador y el poder de expresarlos de la manera perfecta en que se expresa el Creador, siempre y cuando la creación permaneciese en armonía con el Principio. No se desarrolló ninguno de los atributos del ser creado, pero el Creador, que tenía en mente el ideal o plan perfecto que debía expresar Su creación, situó a ésta en un entorno ideal o perfecto donde existían todas las condiciones para llevar a cabo su desarrollo perfecto. Una vez logradas dichas condiciones, se situó a ese Ser entre ellas; se le llamó Señor Dios, y al lugar en que se Le colocó; se le denominó M-u o M, que más tarde se conocería como la cuna o madre. Quisiera que os dieseis cuenta de que para explicar todo esto utilizo palabras de vuestro lenguaje para que podáis comprenderlo”.

Capítulo IX pág. 197-199

“A partir de ese momento, nos aplicamos con diligencia al estudio del alfabeto bajo la dirección de Chander Sen. Los días pasaban con una rapidez vertiginosa. A finales del mes de abril, cuando la fecha de nuestra partida hacia el desierto del Gobi se acercaba, la mayor parte de los archivos estaban todavía sin traducir. Nos consolábamos con la idea de que podríamos regresar para acabar el trabajo. Nuestros amigos habían traducido para nosotros una gran parte de los documentos, pero habían insistido en que estudiáramos los caracteres de las escrituras para poder traducirlas nosotros mismos. Anteriormente, en el mes de septiembre, nos habíamos reunido con el grupo que nos acompañaría en el desierto del Gobi hasta las tres antiguas ciudades en ruinas, cuya ubicación se ofrecía en algunos de estos códices. Aunque entonces no los habíamos visto, nos habían hablado de su existencia. Los que habíamos conocido no eran más que copias, que habían despertado nuestra curiosidad, de las crónicas que teníamos ahora ante nosotros. Ambos documentos remontan la existencia de esas ciudades en más de doscientos mil años. Se señala que sus habitantes disfrutaban de un elevado grado de civilización, pues conocían las artes y los oficios, y trabajaban los metales; el oro era un metal tan común que lo utilizaban para hacer vasijas y herrar los caballos.

También se señala que esa gente gozaba de un buen grado de dominio de todas las fuerzas naturales, así como de sus propios poderes otorgados por Dios. De hecho, las leyendas -si es que son tales- que hacen referencia a este asunto se parecen bastante a las de la mitología griega. Si los mapas son correctos, este vasto imperio abarcaba la mayor parte de Asia y Europa, alcanzando el mar Mediterráneo, hasta lo que hoy se conoce como Francia, y su punto más alto estaba tan sólo a doscientos metros por encima del nivel del mar. Se indica que se trataba de una gran llanura, muy productiva y muy poblada, una colonia de la Patria. No hay duda de que encontrar algún resto de dichas ciudades sería un importante hallazgo histórico, ya que la descripción que los códices ofrecen de este país eclipsa a la del antiguo Egipto en cuanto a pompa y esplendor durante las dinastías de sus siete reyes. Se dice que antes del reinado de esos reyes, había sido incluso más próspero. El pueblo se gobernaba a sí mismo; no había guerras, vasallos ni esclavos. Llamaron a su soberano «Principio Director», y amaron y obedecieron a ese Principio Director. Las crónicas aseveran que el primer rey de la primera dinastía usurpó el gobierno al Principio Director y se autoproclamó soberano.


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